Dirección y dramaturgia: David Gaitán
Elenco: Michelle Betancourt, Harif Ovalle, Raúl Villegas.
Mundo de las ideas: Argeniz Alderete, Andrea Alfaro Fernández, Aaron Amaya, Mariana Arenal, José Francisco Ávila, Emily Vilchis Franco, Atziri García, Luise Jaramillo, Oscar Lara Thomé, Heber Medina, Daniela Ortiz, Daniela Plaza Gómez, Alberto Quijano, Fátima Samano, Brandon Sarmiento, Eugenia Sivertsen, Andrés Vázquez Llera y Carlos Zozaya.
En nuestra formación como artistas, todo el tiempo se nos dice que tenemos que huir de la literalidad, que tenemos que buscar las nuevas teatralidades y ser parte de la vanguardia, porque si no llegas a encajar dentro estos preceptos teatrales, probablemente no sobrevivas en este pequeño gremio. Pero ¿qué implica realmente toda esta búsqueda por la complacencia artística?
La ceguera no es un trampolín es una puesta en escena que nos muestra a tres maniquís de crash test que están todo el tiempo cuestionándose cómo no ser víctimas de la ola de la literalidad, pero que ciegamente no se preguntan por qué huyen de ella.
Si bien el posdrama, la escena expandida y otras teatralidades que consideramos como contemporáneas, han fomentado que el teatro como lo conocíamos se haya modificado, también han traído con ellas la satanización de otros muchos elementos teatrales. Pareciera que el artista actual tiene que evadir, a toda costa, profundizar sobre algo, pero al mismo tiempo debe buscar la manera de hablar sobre eso sin hacerlo evidente. Ser literal es un sacrilegio y ,definitivamente, la ficción ortodoxa está mal vista. El teatro-teatro, como David Gaitán menciona en esta obra, es lo peor que un artista vanguardista podría hacer en su carrera. Pero ¿por qué la ficción o la literalidad tendrían que ser algo deplorable en el artista? ¿Quién estableció esa prohibición? Esta puesta en escena nos hace reflexionar acerca de dónde vienen todos estos estatutos que hemos adoptado ciegamente. ¿Qué es peor? ¿Hacer una obra de teatro convencional que tiene un gran discurso, pero no encajar en esas vanguardias, o llevarlas a cabo a pesar de no tener nada que decir a través de ellas?
La neutralidad es imposible porque todo el tiempo estamos siendo vistos. Hagamos teatro-teatro o teatro posdramático siempre se nos juzgará. Sin embargo, la tibieza, aunque persiga la neutralidad, solo hará que nos quedemos en el abismo de la indefinición, sin nada contundente que decir.
Curiosamente, la cualidad más fuerte de esta obra es la literaria, pues utiliza la palabra como un medio para la reflexión que se aviva por medio de una propuesta escénica no literal. El minimalismo blanco y pulcro por el cuál se apuesta en un inicio, escenográficamente y por medio del vestuario, contrasta posteriormente con un mundo saturado de cachivaches y una lluvia de diversidad: el mundo de las ideas. Sin duda, lo discursivo y lo plástico están conjugados en escena.
El teatro posdramático, al no ser teatro-teatro, no nos cuenta una historia como tal, sino que nos hace reflexionar, a través de imágenes y una presentación de ideas específicas, acerca de una determinada temática. La ceguera no es un trampolín es una puesta en escena que nos hace repensar todo lo que conlleva tratar de encajar y sobrevivir en el ámbito teatral. Ha terminado temporada en el Centro Cultural del Bosque pero debido a su corta temporada y su afluencia de público, esperamos que pronto regrese a la cartelera teatral, pues la reflexión que transmite es pertinente a todo creativo que se relacione con el teatro mexicano actual.
Teatro El Galeón. Centro Cultural del Bosque (Av. Paseo de la Reforma y Campo Marte. Col. Chapultepec Polanco, CDMX)
Duración: 70 min.
Siempre suya
Fernanda, la Tancha, Albarrán
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